prendo que no ha sido correcto—dijo la muchacha con voz grave; pero al instante se echó a reir de nuevo.
Me imagino—continuó—la cara que habrán puesto! Irían, naturalmente, de punta en blanco, perfumados, y de repente... Estoy segura de que se emborracharán como cerdos para consolarse de su desventura.
—Son muchos?—preguntó Hipólito Sergueievich.
—Cuatro.
—El té está servido — anunció Isabel Sergueievna.
Y añadió:
—Te costará cara esta travesura, amiguita.
Has pensado en eso?
—No quiero pensar ahora en nada!—respondió Varenka con tono resuelto, sentándose a la mesa. No volveré hasta la noche a casa, después de haber pasado el día con ustedes. ¿A qué pensar por la mañana en lo que ocurrirá por la noche? Además, yo no le temo a nadie. Papá gruñirá, naturalmente; pero yo me iré a otra habitación para no oirle. La tía? Me quiere con locura. ¿Los enamorados? Puedo, si quiero, hacerles andar a cuatro patas. ¡Ja, ja, ja!
¡Tendría mucha gracia! Voy a ensayar... Chernoneboy no podrá hacerlo, porque padece del estómago.
—¡Varvara, estás loca!—le llamaba a la razón Isabel Sergueievna.