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Ya no lo haré más!—prometió la muchacha, riendo hasta saltársele las lágrimas.

Pero durante largo rato siguió hablando de sus pretendientes de un modo humorístico, contagiándoles su alegría a sus dos interlocutores.

Mientras tomaban el té, no dejó de vibrar la risa en el aire.

Isabel Sergueievna reía con una especie de condescendencia para Varvara; Hipólito Sergueievich se esforzaba en permanecer serio y no lo conseguía.

Después del té empezaron a deliberar sobre lo que harían aquel día, cuyo principio era tan alegre.

Varenka propuso ir en bote al bosque y hacer allí té. Hipólito Sergueievich aprobó la proposición; pero su hermana declaró:

—No puedo tomar parte en vuestro paseo: tengo que ir a Sanino. Pensaba ir a tu casa, Varvara, y luego ir a Sanino, adonde ahora iré directamente.

El catedrático le dirigió a su hermana una mirada recelosa; le parecía que acababa de inventar toda aquella historia para dejarlo solo con Varvara; pero no vió pintarse en su rostro sino la contrariedad y la preocupación.

Varenka, aunque disgustada al principio por la declaración de Isabel Sergueievich, no tardó en animarse de nuevo.

—Bueno; peor para ti! Iremos, a pesar de todo. Verdad? Iremos muy lejos. Sólo te su-