plico que nos dejes llevar con nosotros a Grigori y a Macha.
—En cuanto a Grigori, no tengo inconveniente; pero Macha es imposible que os acompañe: tiene que servir el almuerzo.
—Si no habrá nadie para almorzar: tú te vas a casa de Benkovsky; nosotros no volveremos hasta la tarde.
—Bueno, puedes llevarte a Macha también.
Habiéndose quedado solo en el comedor, Hipólito Sergueievich encendió un cigarrillo, salió a la terraza y empezó a pasearse. La excursión le agradaba; pero Grigori y Macha le parecían una compañía inoportuna. Le cohibirían, de seguro; no podría hablar con libertad en su presencia.
Media hora después se encontraba, con Varenka, al lado del bote, mirando a Grigori prepararlo todo para la partida. Grigori era un joven campesino, rojo, de ojos azules, pecoso y aguileño.
¡Eh, tú, rojo! ¡Date prisa! ¡Los señores están esperando! le gritó Macha, colocando en el bote el samovar y una porción de envoltorios.
¡En seguida estará todo a punto!—respondió el otro, guiñándole el ojo a la doncella.
Hipólito Sergueievich los miró y comprendió quién era el que vagaba por la noche bajo sus ventanas.
— No sabe usted?—dijo Varenka, señalando con la cabeza a Grigori, cuando estuvieron sentados ya en el bote. Tiene aquí una reputación de sabio... de jurista...