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El astro luminoso que descendía, enviando sus destellos por entre el cielo y la nieve de las cumbres, nos recordaba el lábaro glorioso de la patria, porque la imaginacion exaltada ante tan hermoso cuadro, tenia orgullo de que aquel suelo fuese parte integrante del territorio nacional.

Por fin, alcanzamos á la base de una colina mas alta que las anteriores, en la cual, se levantaban tres promontorios de piedra desnuda.

El corazón me decia en sus continuos latidos, que subiendo á la cúspide nos hallaríamos en presencia de algo sorprendente.

Así lo manifesté á mis amigos los señores Thómas, Katerfeld y Mayo, que corrian á mi lado, dominados como yo por una especie de misteriosa ansiedad que no nos permitió detenernos.

Así fué, en efecto, porque momentos despues dominando las alturas, salió inmediato y espontáneo de nuestros labios un grito de suprema admiracion.

Lo que así fascinaba nuestro espíritu, era la presencia de un lago de muchas leguas de estension con sus aguas verdes y tan agitadas como las del mar, en los momentos de borrasca. Las olas venian con su murmullo turbulento, coronadas de blanquecina espuma á estrellarse contra las piedras esparcidas en la playa, salpicando las orillas, después del choque, con lluvia fugaz de hilos cristalinos y chispeantes.

En ambas márgenes una tenue sábana de verdura; después, el bosque, la montaña; islas pequeñas y solitarias en el centro del lago, y en lontananza, la imponente