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faldeábamos el cordón derecho de un valle que se dirije de Oeste a Este, por donde corre el estero de Queñi, valle que vá a concluir en el lago del mismo nombre, i después oblicuando el Nordeste se une al lago de Laca.

Apenas salíamos de la meseta, un cúmulo de ramas verdes, nos llamó la atención. Vimos a la jente que quebraba ramas i las echaba encima de esta especie de túmulo de hojas. Se nos dijo que allí descansaba un Pehuenche muerto helado en la cordillera, en compañía de otro que un poco mas abajo tiene su sepultura. Esos dos Pehuenches habian venido de la otra banda a buscar mujeres que les ayudasen a pasar con menos trabajo el desierto de la vida i el desierto de la Pampa. Viaje infructuoso; al volver fueron sorprendidos por la nieve i dejaron sus huesos en la cordillera. Lo que es la suerte: apenas se sabe en dónde están las tumbas de uno que otro de esos grandes hombres de la historia, i aquí hai las de dos oscuros Pehuenches en las cuales se ponen continuamente flores i verduras. Mientras dure el comercio de aguardiente, i miéntras pasen el boquete honrados traficantes yendo a llevar alcohol a los indios, eterna verdura coronará vuestras tumbas, i salvará del olvidó el lugar en donde yacen los restos de dos desconocidos salvajes, i si un dia vuestra alma viene a revolotear encima de su antiguo forro, de los barriles de los comerciantes, la alcanzarán emanaciones perfumadas del licor que, como buenos indios, debisteis haber amado durante vuestra vida; la tierra os sea liviana.... Hacia esta deprecación: cuando fuertes latigazos i voces de hombres animando caballos, interrumpieron mis fúnebres meditaciones. Efectivamente, un instante después, encontramos una caballada conducida por peones, i un joven de elevada estatura, buen mozo, que dijeron era Diego Martinez. Este individuo, se encontraba implicado en las calumnias esparcidas entre los indios sobre mi persona. El Gobernador de la Union, a quien habia avisado, debia mandar arrestarle a su llegada. A mis preguntas contestó Diego Martínez que todo era falso, i sus protestas fueron tan acaloradas, que le di unas cuatro letras para don Manuel Castillo Vial, a fin de que no se le inquietase. Pero, mas tarde, me contaron los indios, que efectivamente se habia mezclado Martínez en esas mentiras. Casi todos esos comerciantes son una pura canalla, i no valen mas que los indios, a quienes frecuentan: siempre ha sido lo mismo. En una memoria sobre el estado de las misiones, i los medios de atraerse a los indios infieles, Don Salvador Sanfuentes, Intendente de la provincia de Valdivia, en 1848, manifestando la inutilidad de sus esfuerzos, i la resistencia