voz que se habia enronquecido con el abuso del aguardiente. Porque Pascuala tenia tanta aficion al aguardiente, como el mas borracho de los Tehuelches, a cuya raza pertenecia. Era una mujeraza, con cuerpo bien proporcionado, sobre cuya salud no parecian haber tenido mucha influencia los excesos del licor i del libertinaje.
Pascuala, vagabunda como los Telmelches, e hija de uno de sus caciques, que no sé porqué razon solían nombrar el cacique Frances, habia hecho muchos viajes a Patagónica, i en cada uno de ellos, su razon i su virtud habian sufrido ataques repetidos, tanto por parte del alcohol, como de los galanes; ataques de los cuales creo que nunca salió vencedora.
Pocos dias antes habia hecho una infidelidad al viejo Paillacan; su cómplice fué Celestino el dragon, i el protector, el honrado tio Jacinto que me contó la historia. Una vez que esta digna pareja vino a los toldos de Huincahual a una tomadura, Paillacan habiéndose quedado ébrio i sin sentido sobre la brecha, Pascuala se fué a dormir con el dragon en el toldo del tio Jacinto.
Miéntras que me fastidiaba Pascuala con sus exijencias i preguntas, se acercó Paillacan con una cara de taimado, i la india se vió obligada a callar. Entónces estendí a sus pies todas las cosas que le traia. Apenas las miró, diciéndome que hacia tanto juicio de todo eso, como si fuera pasto, i continuó: que habia sido demasiado bueno para con nosotros en el momento del naufrajio, que cualquier otro en su lugar nos habria muerto sin remision; que luego que nos habia dejado salir en libertad, llegaron chasques de los caciques vecinos, aconsejándole que nos matara, i que su enojo fué mui grande, cuando supieron que nos habia dejado pasar; que otra vez no sería tan tonto para dejarse engañar con buenas palabras etc. Al fin concluyó, poniéndome un ultimatum, cuyos términos eran los siguientes, que me tradujo un indio ladino, Bonifacio, que presenciaba la escena: que no creia en la autenticidad de la carta de don Ignacio Agüero que le habia traido, que yo debia ir hasta Valdivia para traer a un hijo de don Ignacio; o si no venia ese hijo de Ignacito, que éste mandase a uno de sus mozos; al mismo tiempo debia traerle a Aunacar, su mujer que cuarenta años atras le habian arrebatado los Huilliches, i que debia estar en casa de don Ignacio, i ademas un freno, una silla plateada i estribos de plata. Que sin eso no me concedia el paso para Patagónica. No contesté nada, Inacayal tampoco. Estábamos ambos mui disgustados.
Al reconvenirlo por el mal tratamiento que les habia dado a mis