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República Arjentina. Pobre país, me decia a mi mismo, no es bastante que tus guerras intestinas te corroan las entrañas, es preciso ademas que hordas de salvajes te pongan en contínuo alboroto i que compres a precio de oro una ficticia tranquilidad! Lo que hai de mas desgraciado, es que la República Arjentina no tiene ninguna barrera que oponer a los feroces habitantes de la pampa; no hai montañas, los rios no sirven de nada, los indios los pasan en cualquiera, parte, ya sea a vado, o nadando.

ll de marzo.—Por la mañana, pregunté a Inacayal; cuándo se realizaría el paseo que me habia prometido hacer conmigo a las orillas del Limai en donde habiamos naufragado. Me contestó que tan pronto como volviese Chiquilin, ausente entónces, nos pondriamos en marcha. Ensilló su caballo i se fué a pasear.

Como a las doce llegaron dos indios acaballo; un viejo que supimos mas tarde era el cacique Puelmai, cuyos toldos se hallaban un poco mas abajo en las orillas del Caleufu, i su hijo. Se apearon i entónces entre los tres, Huincahual, Puelmai i su hijo, sentados en pellejos, principió un coloquio mui animado, unas veces en el tono del coyagtun, que es el mismo que el de los rezos para los difuntos, otras en tono de la conversacion ordinaria. El viejo tio Jacinto venia de tiempo en tiempo a escuchar. Yo no entendia nada sino las palabras de huinca, huinca, que aparecian a cada instante en el diálogo. La conversacion duró como tres horas, despues se fueron los indios. Dionisio estaba, ausente. No tenia otra esperanza de saber algo sino por medio del tio Jacinto, pero éste se manifestó impenetrable, i a todas mis preguntas, no contestaba otra cosa sino que habia sido cuestion de nosotros, pero que el viejo Huincahual habia alegado la ausencia de su hijo para no dar una contestacion decisiva.

A la noche volvió Inacayal; tuvo un coloquio mui solemne con su padre. Dionisio estaba presente; concluida la plática, yo quise hacer algunas preguntas a Dionisio, pero me contestó que no le interrogase para no exitar la desconfianza de Inacayal i de su padre, que todo lo que me podia decir, era que esos dos indios de la toldería habian venido a decir cosas que hacian mui crítica nuestra posicion. Se puede concebir si pasé una noche tranquila.

12 de marzo.—Al dia siguiente, resolví saber de una vez lo que se trataba i pedí una entrevista a Inacayal. El consintió, pero Dionisio estaba ausente, ocupado en arrear la cabellada i no habia otro que pudiese pasarme la palabra. Cuando llegó, i nos juntábamos, Lenglier, Iuacayal, Dionisio i yo, bajo la ramada, delante del toldo de