taban su repugnancia para arrostrarla; pero pasado ese momento de hesitacion se echaron al agua; la corriente los llevó i no pudieron abordar la orilla sino mui abajo.
Aquí las colinas son bastante elevadas, de un color amarillo i desnudas casi enteramente de vejetacion; el terreno, como todas las pampas, compuesto de arena i piedra, solo permite el desarrollo de uno que otro raquítico arbusto.
Faldeando la pendiente principiamos a subir; a media falda nos detuvimos para hacer una corta provision de muchí, fruta de un arbustillo espinosa que tiene un sabor agradable; llegamos luego a la cima i volvimos a hacer alto para hacer los preparativos necesarios i dar principio a la cacería. Todos echaron pié a tierra. La comitiva se componia de treinta i ocho personas, unos doscientos caballos i unos ochenta perros. Mientras que cada cual enlaza i casilla el caballo que debe servirle en la correría, el viejo Puelmai saca de su vaina una especie de escalpelo que principio a afilar con cierto aire misterioso; cesan poco a poco las conversaciones i en medio del mas profundo silencio rodean todos a Puelmai. Sacudiendo de sus hombros las huaralcas, quedan a medio cuerpo desnudos; entonces Inacayal el primero presenta el hombro derecho a Puelmai; éste tomándole el cutis con dos dedos lo levanta i hace con el escalpelo una doble incision: ningun músculo de la cara del paciente reveló que esperimentaba el mas lijero dolor: una linea de sangre corrió hasta el puño; Inacayal untando la otra mano, hizo aspersiones al sol acompañadas de roncos gritos rogando al Hualichu para que se manifestase favorable al buen exito de la caza, i ajitando en seguida el brazo herido probaba la ajilidad adquirida con la operacion; despues echóse tierra en la herida i se apartó. Esta bárbara ceremonia se repitió con cada uno de los circunstantes. Puelmai a su turno fué tambien sangrado, i viendo que yo no me acercaba, me invitó a hacer lo mismo; me escusé repetidas veces haciéndole presente que yo no sabia usar los laquis i que solo era simple espectador.
Los indios continuaron en sus preparativos i miéntras tanto yo observaba el vasto panorama que se desarrollaba a mis piés. En frente de mi hácia el Oeste, se dibujaba en el horizonte la cresta dentada de la cordillera que iba elevándose del sur para el norte hasta un gran cerro blanco de nieve, volcan estinguido que el desgraciado piloto español Villarino, cien años ántes subiendo el rio Chimehuin, equivocó con el volcan de la Imperial de Chile: era bien natural i conforme al objeto de sus deseos, puesto que siendo así, se hallaba