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todas partes el perjurio, la violencia, el soborno y la perfidia. Pero lo más digno de atención es que algunos me declararon que habían debido su fortuna a su facilidad de abandonarse a los excesos más horribles, unos vendiendo a sus familias y otros cometiendo traiciones contra su patria y su soberano, tal vez por medio de venenos. Después de estos descubrimientos, vivo más conforme con mi suerte humilde, aunque honro y respeto naturalmente las grandezas, como todo inferior debe hacer respecto a aquellos que la Naturaleza o la fortuna ha colocado en una esfera superior.

Yo me acordaba de haber leído, no obstante, grandes servicios hechos por ciertos vasallos al príncipe y a la patria: quise verlos, pero me dijeron que estaban olvidados sus nombres, que si se conservaba alguno era solamente por hacer mención los historiadores de sus traiciones y picardías. Presentáronse cou todo eso, y viéndolos muy melancólicos y mal equipados, me declararon que habían muerto en pobreza y desgracia, y aun algunos de ellos sobre el cadalso.

Entre éstos había un hombre, cuyo caso me pareció extraordinario, que tenía a su lado un joven de diez y ocho años. Me dijo que había sido capitán de navío durante muchos años, que en el combate nava!

de Accio había echado a pique la primera línea y sumergido tres navíos del prinier orden, apresando otru del nismo porte, única causa de la huída de Antonio y de la entera derrota de su armada; que aquel joven que estaba a su lado era su hijo único, el cual había perecido en el combate, y añadió que concluída la guerra pasó a Roma a solicitar el premio en la comandancia de otro navío mayor, cuyo capitán había muerto también en la batalla, pero que, sin hacer caso de su pretensión, dieron el empleo a un niño que todavía no había visto el mar, hijo de un criado ma *numitido de una de las concubinas del emperador.

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