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W. E. RETANA

germinan las simientes de desunión que ciegamente siembran los hombres y su despotismo. Luna é Hidalgo son glorias españolas como filipinas: así como nacieron en Filipinas pudieron haber nacido en España, porque el genio no tiene patria, el genio brota en todas partes, el genio es como la luz, el aire, patrimonio de todos: cosmopolita como el espacio, como la vida y como Dios. (Aplausos.)

»La era patriarcal de Filipinas va pasando; los hechos ilustres de sus hijos ya no se consuman dentro del hogar; la crisálida oriental va dejando el capullo; la mañana de un largo día se anuncia para aquellas regiones en brillantes tintas y sonrosados albores, y aquella raza, aletargada durante la noche histórica mientras el sol alumbraba otros continentes, vuelve á despertarse conmovida por el choque eléctrico que le produce el contacto de los pueblos occidentales, y reclama la luz, la vida, la civilización que un tiempo les legara, confirmándose así las leyes eternas de la evolución constante, de las transformaciones, de la periodicidad, del progreso.

»Esto lo sabeis bien y os gloriais de ello; á vosotros se debe la hermosura de los brillantes que ciñe en su corona Filipinas; ella ha dado las piedras, la Europa el pulimento. Y todos nosotros contemplamos orgullosos, vosotros vuestra obra, nosotros la llama, el aliento, los materiales suministrados. (Bravos.)

»Ellos bebieron allá la poesía de la naturaleza; naturaleza grandiosa y terrible en sus cataclismos, en sus evoluciones, en su dinamismo; naturaleza dulce, tranquila y melancólica en su manifestación constante, estática; naturaleza que imprime su sello á cuento crea y produce. Sus hijos lo llevan á donde quiera que vayan. Analizad si no sus caracteres, sus obras, y por poco que conozcais aquel pueblo, le vereis en todo como formando su ciencia, como el alma que en todo preside, como el resorte del mecanismo, como la forma sustancial, como la materia primera. No es posible no reflejar lo que en sí siente, no es posible ser una cosa y hacer otra; las contradicciones sólo son aparentes, sólo son paradojas. En El Spoliarium, al través de aquel lienzo que no es mudo, se oye el tumulto de la muchedumbre, la gritería de los esclavos, el traqueteo metálico de las armaduras de los cadáveres, los sollozos de la orfandad, los murmurios de la oración, con tanto vigor y realismo como se oye el estrépito del trueno en medio del fragor de las cascadas ó el retemblido imponente y espantoso del terremoto. La misma naturaleza que engendra tales fenómenos interviene también en aquellas pinceladas. En cambio, en el cuadro de Hidalgo late un sentimiento purísimo, expresión ideal de la melancolía, la hermosura y la debilidad, victimas de la fuerza bruta; y es que Hidalgo ha nacido bajo el azul brillante de aquel