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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

«—¡Quieto todo el mundo! ¡Un tiro al que se mueva!»

La patrulla iba buscando á un tal Elías (el Piloto), el mismo precisamente que, dos días antes, había aporreado á un fraile y, en otra ocasión no muy lejana, «arrojado en un charco» á un alférez de la Benemérita. Como el Piloto no se hallaba allí, los guardias se marcharon. La fiesta terminó felizmente al obscurecer. Crisóstomo tenía que añadir dos notas más en su lista de notas desagradables: la grosería de Fr. Salví y la sorpresa brutal de los guardias civiles.

«A la mañana del siguiente día» Ibarra fué á visitar al viejo Tasio, un filósofo indígena, pesimista sistemático, símbolo de los que valen y optan por no hacer ni decir nada, á cambio de disfrutar de algún sosiego; el viejo hallábase «inclinado sobre un libro en el que parecía escribir». Ibarra le habló de varias cosas, entre otras de los jeroglíficos que, al parecer, había el filósofo trazado en aquellas páginas; y como el viejo le arguyera que si escribía en cifra era precisamente para que nadie pudiera enterarse, su visitante le preguntó:

«—¿Y por qué escribe V. entonces si no quiere que le lean?

»—Porque no escribo para esta generacion, escribo para otras edades. Si ésta me pudiera leer, quemaría mis libros, el trabajo de toda mi vida; en cambio, la generacion que descifre estos caracteres será una generacion instruida, me comprenderá y dirá: «No todos dormían en la noche de nuestros abuelos!» El misterio ó estos curiosos caracteres salvarán mi obra de la ignorancia de los hombres, como el misterio y los extraños ritos han salvado á muchas verdades de las destructoras clases sacerdotales.»

Crisóstomo le habló del proyecto que él tenía de levantar á sus expensas un edificio-escuela en la localidad, y le mostró los planos. El filósofo lloró de emoción. Pasado un rato, ya repuesto, y como hombre que conocía el país, díjole á Ibarra que tan laudable propósito no llegaría á la meta, extendiéndose, con este motivo, en graves reflexiones. Su joven amigo aseguró que sí; que la escuela, «modelo en su género, como las de Alemania», sería un hecho, y muy pronto. Y se despidió y se fué, mascullando los pesimismos del filósofo, que tuvieron pronto un lenitivo en los optimismos de uno de los periódicos más serios de Manila, el cual dedicaba largo y campanudo artículo al proyecto del generoso Ibarra, á quien ponía en las nubes. Y llegó el día de la fiesta. Era el 11 de Octubre. Hubo una solemne función de iglesia. El P. Dámaso, ex párroco de San Diego, encargado del sermón, se desató en improperios desde el púlpito contra los hijos del país que sustentaban ideas de progreso: Ibarra padeció no poco oyéndole. Concluída la fiesta religiosa, se marchó á su casa dispuesto á no salir de ella hasta que se celebrase oficialmente la ceremonia de