Página:Vida y escritos del Dr. José Rizal, por Wenceslao Retana.pdf/137

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
117
VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

»—¡Lejos!, gritó el joven con voz terible, y estendió su mano á un afilado cuchillo mientras sujetaba con el pié el cuello del fraile, que volvía de su atolondramiento; ¡el que no quiera morir que no se acerque!» —Nadie se acercó. Ibarra pateó al fraile, y le amenazó con clavarle el cuchillo que en la mano tenía.

Este episodio, naturalmente, produce la más grave de las notas en el «libro verde», ó sea en el de residencia de Ibarra en Filipinas. Ya estaba tildado; ya no podría tener felicidad en su país. Y todo, siempre, por culpa del fraile, la eterna pesadilla del Autor.

Pero llegó el General; le ofreció su apoyo; le elogió, y llevó su simpatía por Ibarra hasta el punto de brindarse á apadrinar la boda de éste con María Clara, que no tardaría en verificarse. Por cierto que ella, á consecuencia de los disgustos, enfermó. Su padre, Capitán Tiago, fué llamado al convento: al volver á su casa,

«—¡Lo que yo me temía!, prorrumpe al fin medio llorando. Todo está perdido! El P. Dámaso manda que rompa el compromiso, de lo contrario me condeno en esta vida y en la otra! Todos me dicen lo mismo, hasta el P. Sibyla! Debo cerrarle las puertas de mi casa [á Ibarra] y… ¡le debo más de cincuenta mil pesos! He dicho esto á los Padres, pero no han querido hacerme caso: ¿Qué prefieres perder, me decían, cincuenta mil pesos ó tu vida y tu alma? ¡Ay, S. Antonio! si lo hubiese sabido, si lo hubiese sabido!

»María Clara sollozaba.

»—No llores, hija mía, añadía volviéndose á ésta; tú no eres como tu madre que no lloraba nunca… no lloraba más que por antojos… El P. Dámaso me ha dicho que ha llegado ya un pariente suyo de España… y te lo destina por novio…

»María Clara se tapó los oidos.»

Á todo esto, en el pueblo había gran número de descontentos; infinidad de infelices perseguidos. Unos y otros, con Elías por interprete, querían que Ibarra los capitaṇeara para hacer la revolución; á lo menos para producir una asonada estupenda. La Guardia civil cometía atropellos de diario; los frailes hacían barrabasadas; la enseñanza andaba por los suelos; los vicios se protegían… Había que poner remedio á tantos males. Pero Ibarra no quiso acceder á lo que de él solicitaban los revolucionarios: en el cáliz de las amarguras de Crisóstomo quedaban aún las heces, y creyó del caso esperar hasta haberlas consumido. Según sus cálculos, siempre optimistas á pesar de los pesares, él no tendría nunca necesidad de ser adalid de perseguidos y descontentos. Precisamente á los pocos días de haber sido excomulgado por la pateadura que diera al P. Dámaso, volvió á la gracia de Dios de orden del Arzobispo, que había cedido á la in-