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W. E. RETANA

ambiciones de las Potencias del mundo en materia colonial, para deducir que á ninguna de las de Europa le convenía arrebatar á España las Islas Filipinas. Expone luego los peligros que correría el Archipiélago si se declarase independiente, y acaba por escribir estas proféticas palabras:— «Acaso la gran República Americana, cuyos intereses se encuentran en el Pacífico y que no tiene participación en los despojos de África, piense un día en posesiones ultramarinas». —Su maravilloso opúsculo concluye con este párrafo:

«Y por eso nosotros repetimos y repetiremos siempre, mientras sea tiempo, que vale más adelantarse á los deseos de un pueblo, que ceder: lo primero capta las simpatías y el amor; lo segundo, desprecio é ira. Puesto que es necesario dar á seis millones de filipinos sus derechos, para que sean de hecho españoles, que se los dé el Gobierno libre y espontáneamente, sin reservas injuriosas, sin suspicacias irritantes. No nos cansaremos de repetirlo mientras nos quede un destello de esperanza; preferimos esta desagradable tarea á tener un día que decir á la Madre Patria:— «España, hemos empleado nuestra juventud en servir tus intereses en los intereses de nuestro país; nos hemos dirigido á ti; hemos gastado toda la luz de nuestra inteligencia, todo el ardor y el entusiasmo de nuestro corazón para trabajar por el bien de lo que era tuyo, para recabar de ti una mirada de amor, una política liberal que nos asegure la paz de nuestra patria y tu dominio sobre unas adictas, pero desgraciadas islas. España, te has mantenido sorda, y envuelta en tu orgullo, has proseguido tu funesto camino y nos has acusado de traidores, sólo porque amamos á nuestro país, porque te decimos la verdad y odiamos toda clase de injusticias. ¿Qué quieres que digamos á nuestra miserable patria, cuando nos pregunte acerca del éxito de nuestros esfuerzos? ¿Les habremos de decir que, puesto que por ella hemos perdido todo, juventud, porvenir, ilusiones, tranquilidad, familia; puesto que en su servicio hemos agotado todos los servicios de la esperanza, todos los desengaños del anhelo, que reciba también el resto, que no nos sirve, ¡la sangre de nuestras venas! y la vitalidad que queda en nuestros brazos? ¡España!, ¿le habremos de decir un día á Filipinas que no tienes oídos para sus males y que, si desea salvarse, que se redima ella sola

¡Y al que esto escribió, le fusilaron!… El diplomático y académico D. Sinibaldo de Más, hombre de nada común talento, proponía al Gobierno en 1842 (¡en 1842!) que diese á Filipinas una prudente autonomía que fuese preparando á aquel país para la independencia, y que, no muy tarde, se la concediese, á fin de que la conducta de España sirviera de ejemplo á las demás naciones, y, sobre todo, para