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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

mestizos, chinos, españoles, á todos los que se encuentren sin valor, sin energía… ¡es menester renovar la raza! Padres cobardes sólo engendrarán hijos esclavos, y no vale la pena de destruir para volver á edificar con podridos materiales… Á las diez espéreme frente á la iglesia de San Sebastián para recibir mis últimas instrucciones. ¡Ah! ¡Á las nueve, debe usted encontrarse lejos, muy lejos de la calle de Anloague!…»

Basilio examinó un revólver que Simoun le había dado; lo cargó, y despidióse con un seco «¡hasta luego!»…

Aquella noche se celebraban las bodas de Paulita con Juanito Peláez. Basilio había salido de la cárcel en la mañana de aquel mismo día precisamente. Todos sus amigos se hallaban de vacaciones; sólo estaba en Manila el soñador Isagani, el desdeñado de Paulita, pero había desaparecido desde hacía algunas horas. — Basilio vagaba por las calles, mal trajeado: parecía lo que había sido, criado de Capitán Tiago. No sabiendo dónde iba á ser la fiesta, ocurriósele ir á casa de su antiguo amo, sita en la calle de Anloague, y se encontró con la novedad de que la había adquirido D. Timoteo Peláez. A juzgar por los signos exteriores, la fiesta prometía ser un verdadero acontecimiento. Vió muchos coches á la puerta; en uno iba Paulita, en traje de boda, con el novio. — Basilio se puso á observar. — Á los novios los apadrinaba el General, y en nombre de éste el inevitable D. Custodio. El General asistiría á la cena, y ofrecería su regalo: ¡la granada-lámpara que había visto Basilio!

Se aproxima la hora de la fiesta. Los convidados comenzaron á llegar á la siete de la noche. El General estaba algo lacio, porque se hallaba en vísperas de regresar á España. Basilio, viendo tanta animación, y, sobre todo, tantas jovencitas inocentes, tuvo un momento en que, sintiéndose compasivo, quiso evitar la catástrofe; pero desistió al ver llegar á los frailes Irene y Salví. Después llegó Simoun, llevando en sus propias manos la lámpara. Subió, bajó al poco rato, y fuese á toda prisa. Basilio intentó huir, comprendiendo que los minutos estaban contados; pero se topó con su colega Isagani, el novio desdeñado. Quiso llevársele, apartarle de una muerte inmediata inminente… Isagani no cede… Y no pudiendo Basilio disuadirle, le explica la verdad de lo que iba de un momento á otro á acontecer. Isagani tampoco cedió: quiso, á pie firme, seguir observando… Y Basilio huyó. Entonces Isagani subió á la morada de Peláez, dirigióse como un autómata adonde estaba la bomba; cogióla, y la arrojó al estero… Él también se arrojó al agua. La escena fué rapidísima; desarrollóse en los mismos momentos en que comenzaba á correr de mano en mano un pergamino, en el que se leían estas solas palabras: