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W. E. RETANA

Filipinas, y si estuviese convencido de que mis paisanos iban á utilizar mis servicios, acaso dudara de dar este paso; pero hay otros aún que me pueden sustituir, que me sustituyen con ventaja; más todavía: hay quienes acaso me hallan de sobra, y mis servicios no se han de utilizar, puesto que me reducen á la inacción.

»He amado siempre á mi pobre patria y estoy seguro de que la amaré hasta el último momento, si acaso los hombres me son injustos; y mi porvenir, mi vida, mis alegrías, todo lo he sacrificado por amor á ella. Sea cualquiera mi suerte, moriré bendiciéndola y deseándole la aurora de su redención.

»Publíquense estas cartas después de mi muerte. —José Rizal.

»Hong-Kong, 20 de Junio de 1892.»


III


El 26 de Junio de 1892 llegó Rizal á Manila, acompañado de una hermana suya. Alojóse en el hotel de Oriente, el mejor de todos. Su presencia en la capital del Archipiélago produjo verdadera sensación: á los filipinos progresistas les parecía un sueño ver en Manila al verbo de las ideas revolucionarias; á los españoles parecióles el mayor de los escándalos. Rizal solicitó y obtuvo audiencia de Despujol: pidió el indulto de los parientes desterrados, y lo obtuvo. ¿Qué más quería?… Pronto acudieron á visitarle algunos de sus más caracterizados partidarios, entre ellos Domingo Franco, á quien Rizal había remitido desde Hong-Kong, como es dicho, los estatutos de la «Liga Filipina». Rizal había prometido á Despujol no meterse en política[1]. ¿Lo cumplió? La conducta por él observada en pocos días responde negativamente. Mas bueno será que conste al propio tiempo que Despujol vivía de antemano prevenido, y que acaso deseaba producir, con motivo de la vuelta de Rizal, un efecto político que le congraciase con aquellos elementos españoles que tan severamente le juzgaban. Vienen, á este propósito, como anillos al mismo dedo, dos declaraciones de interés: la una, debida al escritor ilocano Isabelo de los Reyes, y la otra, á los padres jesuítas, amigos del General:

«Para ganarse [Despujol] las simpatías del elemento filipino, provocó el odio de los frailes, sin necesidad… Cuando vió que estaban ya por derribarle, hizo un cambio de frente y deportó á Rizal y sus admiradores. ¡Lamentable error!»[2].


  1. La Sensacional Memoria, de Isabelo de los Reyes, pág. 64.
  2. La Sensacional Memoria, de Reyes, pág. 68.