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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

do Rizal, estando en la bahía de Manila, enteramente aislado, hallábase en espera del buque que había de conducirle á Barcelona. Salió al fin de Manila; llegó el buque á Singapore, y Rizal, con otros filipinos pasaportados para España, bajó á tierra. Singapore no era España. ¡Qué ocasión, ante la probabilidad de ser complicado en los sucesos!… Algunos paisanos de Rizal aconsejáronle que se quedara en Singapore. Pero Rizal volvió al buque, y prosiguió su viaje á Barcelona. Tuvo ocasión de huir, de zafarse de la garra del castila. Pero ¿á qué conducía esto? ¿Por ventura llevaba manchada la conciencia? Esta vez no le molestaba el eco: ¡Filibustero!, ¡filibustero!, ¡filibustero!… Y siguió el viaje. Mas no pisó la tierra de la ciudad de Barcelona: ¡pisó la del siniestro Montjuich! De allí, vuelta otra vez á Manila, á la fuerza de Santiago, el Montjuich manileño; y de allí al gólgota filipino, al campo de Bagumbayan. ¡Y el que iba á España á dar su sangre por España, cayó fusilado por filibustero!

¡Qué error tan grande! A un Ídolo no se le fusila impunemente! Sobre todo cuando personifica la Verdad, ornamentada con grandes virtudes cívicas: Y así pudo decir un filipino:

«¡Rizal! Tu muerte es la vida de tu pueblo, y la vida de tu pueblo de la muerte de tus perseguidores.»

Y luego otro:

«No llores, de la tumba en el misterio,
del español el triunfo momentáneo;
que si una bala destrozó tu cráneo,
¡también tu Idea destrozó un imperio!»




Obra de justicia es — hoy que ningún lazo político nos liga á los filipinos — hacer un estudio circunstanciado y documentado del hombre que vivió con el estigma de filibustero sólo porque supo infundir entre los suyos alientos de dignidad y de confianza en la Providencia. No nos quedan ya colonias que perder (fuera de los territorios que poseemos en África); pero la Historia es una matrona que oye á todos, y antes de que llegue el día en que pueda acusársenos á los españoles de que ni aun después de muerto Rizal hubo uno que le juzgase rectamente, queremos que este libro salga á luz, más que por la enseñanza práctica que pueda proporcionar, como ejemplo de imparcialidad, como sincera, aunque tardía, satisfacción que nos debíamos á nosotros mismos. — De todas suertes, bueno será que conste que al escribir esta obra, su autor se ha desposeído de toda preocupación de escuela, y hasta, si se quiere, de la propia partida de nacimiento: por esta vez, no escribo como español; escribo como filósofo.