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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

mésticos, habiendo tenido diferencias con un P. Misionero[1], he pedido marcharme como voluntario á Cuba. D. Pio Valenzuela venía á avisarme para que me pusiese en seguro, pues según él, era posible que me complicaran. Como me consideraba enteramente inocente y no estaba al tanto del cómo ni cuándo del movimiento (además de que creía haber convencido al Sr. Valenzuela), no tomé precauciones, sino que cuando el Excmo. Sr. Gobernador general [Blanco] me escribió anunciándome mi marcha á Cuba, me embarqué inmediatamente, dejando todos mis asuntos abandonados. Y eso que podía haberme marchado á otra parte, ó haberme quedado sencillamente en Dapitan, pues la carta de S. E. era condicional; decía en ella: «Si usted persiste aún en su idea de irse á Cuba», etc. —Cuando estalló el movimiento me encontraba á bordo del [crucero de guerra] «Castilla», y me ofrecí incondicionalmente á S. E.[2]. Doce ó catorce días después me marché para Europa, y si yo hubiera tenido la conciencia intranquila, habría tratado de escabullirme en cualquier puerto de escala, sobre todo en Singapur, en donde salté en tierra y en donde se quedaron otros pasajeros [como D. Pedro Roxas] que tenían pasaporte para la Península. Traía mi conciencia tranquila y esperaba irme á Cuba[3].

Cuarta. En Dapitan yo tenía embarcaciones y se me permitía hacer excursiones por el litoral y las rancherías, excursiones que duraban el tiempo que yo quería, á veces una semana [lo confirman las Autoridades]. Si hubiese tenido aún intenciones de hacer política, me habría marchado aun en las vintas de los moros que yo conocía en las


  1. Con el P. Obach, jesuita, párroco de Dapitan. La causa, los amores de Rizal con Josefina Bracken. El Párroco quería casarlos, y Rizal se limitó á ofrecer que así lo haría; pero se fué resistiendo, y aquella resistencia acabó por enojar al jesuita. El casamiento de Rizal ofrecía, entre otras dificultades, ya que allí no regia la ley del matrimonio civil, la reconciliación previa de aquél con la Iglesia; y Rizal no pasaba por ello: manteníase librepensador impenitente.
  2. Blanco creyó desde el primer momento que era fácil aplastar la insurrección, y acaso por esto uo utilizó el prestigió de Rizal, que hubiera dado un gran resultado para calmar los ánimos de los insurgentes. ¿Pero quién calmaba los ánimos de los españoles? Rizal en tierra los habría exacerbado más aún; pues lo cierto es que cada día que pasaba, mayor era el pánico que cundía entre los peninsulares, y más insaciable su sed de sangre. Si todos hubieran tenido, en los primeros días, el aplomo, verdaderamente épico —que en eso consiste el verdadero valor,— que Blanco tuvo, la insurrección tal vez se habría sofocado en pocos días.
  3. Este argumento impresionó algo al auditorio. Vale, él sólo, la vida de Rizal. El hombre que se vió libre, enteramente libre, en país extranjero, y que lejos de quedarse allí volvió a embarcar, y siguió su viaje á España, bien merecía ser mirado con alguna más consideración que lo fué Rizal. (Véase la nota 439.)