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impunemente, entonces no sería ya una regla impresa por el cielo á la naturaleza.
VIII.
Por eso el hombre perfecto está siempre atento á sí mismo: vela diligente hasta sobre las cosas que los ojos no pueden percibir, como son los mas ligeros movimientos del alma. Él experimenta una sabia timidez sobre las cosas mismas que los oídos no pueden entender, y no se aleja jamás, en ninguna accion de su vida, de la ley innata de la recta razon.
IX.
Profundamente escondidos en nuestro seno los movimientos del alma, no se hacen conocer sino á aquellos que los experimentan. Pero el hombre perfecto, siempre atento á las impresiones interiores, que él solo puede percibir, conoce los repliegues mas escondidos de su corazon; y los movimientos mas ligeros de su alma hácia el bien ó el mal no pueden escaparsele.
X.
La semilla de las pasiones es natural en el hombre, ó mas bien, ella es la naturaleza misma. Sin cesar quiere producirse en las acciones; pero el sabio pone á sus pasiones aquel freno que tambien le presenta la naturaleza, como que ella es el principio de la razon.