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CLXXXVII.
Yo no tengo tiempo suficiente para las cosas que me interesan; ¿y tendré el suficiente para escudriñar la vida de los otros?
CLXXXVIII.
Me echan en cara que voy de reyno en reyno, que predico por todas partes mi doctrina, que busco y canto los aplausos de la multitud, y mendigo, puede ser, las dignidades. No, yo no hago comercio de palabras vanas; pero condeno, y detesto al que no amando otra cosa que á sí mismo, se oculta en las calamidades públicas, y ni aun se atreve á pensar en hacer revivir las leyes, reanimar las costumbres, y sacar á los hombres de la depravacion.
CLXXXIX.
Es propio de una alma grande el rechazar las injurias con los beneficios.
CXC.
Puede encontrarse un hombre que merezca el que le dirijais la palabra, y que se hallará perdido si no le hablais. Hay gentes que no merecen que las hableis, y si conversais con ellas, vuestras palabras son perdídas. El hombre prudente tiene buen cuidado de no perder á un hombre, y sabe no perder sus discursos.
CXCI.
El hombre de un alma grande, y solidamente virtuoso no in-