como maíz, papas, quinua, madi, ají y frísoles»; y cuando enumera el cori, (corecore), lanco, cuilén (culén), la lepichoa (pichoa) y otras tres plantas que llama quedanque, chopeichope y megue, que no se sabe hoy en día cuales sean; y de «unas matas de una vara de altura, de tal calidad, que cayendo en ellas el rocío, a ciertos tiempos del año se sazona de manera, que se vuelve en sal menuda», fenómeno sobre el cual Gómez de Vidaurre había de llamar también la atención más tarde.
Por los días en que el P. Ovalle daba a la prensa en Roma su libro, otro jesuíta, el madrileño Diego de Rosales, estaba empeñado en escribir aquí una Historia general del Reino de Chile, en la cual dedicó varios capítulos a los animales, aves y plantas del país, estas últimas, sobre todo, que constituían a su decir, y con razón, la botica de los naturales, dándonos en sus descripciones noticias preciosas acerca de los nombres indígenas de muchas yerbas y de sus virtudes medicinales, hasta aluna sólo en pequeña parte aprovechadas, cuya enumeración llegaría a ser fatigosa por lo extensa, pero que se vera consignada en hartos lugares de este opúsculo.
Y así en seguida, durante el siglo XVIII, todos los cronistas, cual mas, cual menos, Córdoba y Figueroa, Núñez de Pineda, Olivares, Gómez de Vidaurre, Carvallo y Goyeneche, alguna noticia consignaron, sobre todo el penúltimo de los nombrados, de las producciones naturales de Chile, que quedaron punto menos que sepultadas en el olvido por no haberse impreso esas obras hasta nuestros días. No así la del sacerdote francés Luis Feuillée, a quien le fué dado visitar las regiones vecinas a Concepción en un viaje de estudio realizado en 1710, cuando con el cambio de política seguido por España con el acceso al trono de Felipe V estos remotos países se abrieron al comercio de la Francia. Publicó Feuillée su Relation du voyage, etc., en París, en 1714, dando en ella a conocer al mundo sabio algunas plantas chilenas con descripciones científicas y laminas grabadas en cobre, cuales fueron, aunque con graves yerros en los nombres, como no pudo menos de ser para un oído extranjero: (cullé) culén, clincín, chanco-laguén (cachanlagua), illen, itíu, ligtu (liuto), llanpanke