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el fondo de la arena. Así las de un bebé que deja de llorar para sonreir á su juguete.

}Yo no acierto á explicarme por qué luego, en la vida, hace tantos estragos ese facineroso. Debe de ser porque los hombres lo civilizan y pervierten.

¿Y cómo nó?

Cuando lo martirizan en el crisol, le infunden la temperatura del rencor humano.

Cuando, creyéndolo tan contaminado como ellos, lo compenetran de mercurio para purificarlo, y lo despojan de su coraza de hierro y le exprimen los glóbulos vitales de su sangre pura, lo tornan en un ser tan anémico y flexible como el hombre moderno.

Si quieren ¡oh insensatos! prepararlo para recibir la ley, la pureza de su estirpe luminosa les estorba. Por eso se le mancha con el cobre, con ese plebeyo ronco y vil, sucio y maleable, capaz de cualquier bajeza.

Y cuando lo consagran con el cuño, cuando lo invisten de autoridad legal, le graban en sus carnes la efigie de algún autócrata mandón, y lo profanan con un signo aritmético, y le niegan su patria universal, dándole una nacionalidad restringida y egoísta.