Página:Voz del desierto (1907).djvu/118

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cias, el explorador tiene que encaramarse en otra cúspide lejana; porque, cuando se aventura á la ascensión, queda tan anonadado como una hormiga escalando una basílica.

Si la energía ha sido suficiente para ascender por el filo de esas cimitarras sin excitar el bostezo de la profundidad que las esgrime, la compensación del viajero es inefable: Al llegar á la cima torna á engrandecerse, y ¡ahí del corazón ancho para contener tal emoción!

Roma desde San Pedro, París desde su torre Eiffel y Nueva York desde la mano derecha de su Libertad, no pasan de menguadas tolderías junto á este panorama de la cordillera neuqueniana, visto desde la cumbre del Domuyo.

Abajo, por el noroeste, hasta perderse la vista en el desierto, las sierras del Neuquén aglomeradas de rodillas, sonrosan sus turgencias de vírgenes desnudas con el soflama ruboroso de la tarde.

Por el sur y sudeste, la mirada domina la frontera con Chile: Los picos y curvas de los ventisqueros secundarios fingen á la distan-