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do refugio de lo maravilloso y prepotente.

Cuando el temor inspirado por la amenaza de lo inexplicable, va unido el arrobamiento encendido por lo extraordinariamente bello, las leyendas bordadas en torno á esos misterios son verdaderas canciones de arte.

Tales las del Domuyo: La gente que aun mora en sus repechos, mira con asombro al explorador que se aventura á ascender.

¿Cómo exponerse á la ira de esos guardianes misteriosos?

Su mismo nombre, Domuyo: la «Mujer Quemada», indica la idea trágica que tal empresa sugiere en la mente de esos campesinos.

En tiempo de que los incipientes fastos neuquenianos no guardan memoria, debió haber una lucha titánica, en la cual pereció esa «mujer quemada», y triunfó la que, joven, opulenta y deslumbrante, domina hoy en las cumbres.

Dicen que esta es una joven muy risueña y muy blanca.

Se la ha visto siempre desnuda en un lago cercano de la cúspide, peinándose sus cabe-