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instalarse en mis dominios con todo el prestigio de su desnudez y sus ficciones. Años hace que goza de sus talismanes y mi dueño.

Con ese peine de oro que yo había robado al Alba y escondido en la laguna, ella puede vivir por siempre joven, como que ese amuleto comunica á la cabellera donde se hunde, fulgor y timbres de oro.

Para defenderse de los alpinistas y cazadores de guanacos blancos, tiene dos guardianes invencibles: dos mónstruos con las condiciones seguras para vencer al hombre: un toro de oro y fuego, símbolo de la fuerza; y un caballo blanco de ojos negros, emblema de agilidad y visión para el abismo.

Son regalos del Sol; el uno se lo trajo de no sé qué constelación, y el otro es de los que galopaban en las cuádrigas de Aurora.

Sin embargo, ella me teme aún: Teme que cualquier día le desfigure el rostro con vitriolo.

Hace creer que soy bruja, que estas solfataras son el humo de mis redomas infernales, y que me paso el tiempo machacando sulfuros y tormentas en la «Olleta bramadora».