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A pesar de los despojos brutales de los hombres, seguían allí esas obreras silenciosas, renovando sus maravillas de dibujo y colorido en sus dechados.

La verdad es que las rosas, además de sus labores de arte, afilaban sus espinas; pero esa es culpa de los poetas: á fuerza de compararlas con las novias, las han contagiado de crueldad, y á fuerza de reclinarlas sobre el corazón humano, les han encendido la pasión por la sangre. ¡No os asombréis! Las rosas son sadistas...

Mas, esto es harto ajeno á una sencilla narración de chacarero, siempre inclinado, por pasioncilla gremial, á motejar al comerciante.

El caso es que yo me propuse armonizar mi paz interna con la placidez campestre, y dejar que la virgínea tierra neuqueniana comprobase el linaje real de esas semillas.

Una mañana, tras varias noches de bochorno, mi vista se detuvo con sorpresa ante el almácigo de robles.