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lenos descendiendo hacia este lado de los Andes, sin más patrimonio que su piño de cabras esqueléticas, ni más vituallas que la proverbial bolsa de ñaco.

En el primer valle que encuentran al acaso, plantan los cuatro horcones á inmediaciones del arroyo, arman el rancho, lo embarran y se ponen á vivir sin el sobresalto de las azotainas que amenudo sufrieran en el fundo patrio.

A la vuelta de pocos años, las lomas circundantes blanquean más de vellones que de nieve, los clarines de los potros repercuten en las sierras, el trigal ondula hasta perderse en el confin, los graneros panzones se desbordan, y las doradas eras de la trilla, se empenachan de día con las crines de las yeguas, y en las noches de luna con las trenzas de las mozas, que ebrias de amor y vino danzan la zamacueca, dibujando con sus pañuelos liviandades gentiles y con sus caderas ritmos de ansia creadora.Es así como hoy están estriadas de barbechos las hondonadas más recónditas y llenas de bohios las colinas más abruptas.