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A poco andar comienzan para la Cascadita sus angustias de emigrante: si se asoma al borde sur de la altiplanicie, descubre muy abajo una laguna opaca, y como se le antoja que esta es la tina donde el volcán se alivia las quemaduras críticas, da hacia atrás salto tan brusco, que por primera vez llora perlas y espumas. Si se echa en volandas contra la roca opuesta, gritos, golpes y ruegos, son vanos para lograr que le abran un refugio, y por no ahogarse en sí misma, tiene que correr hacia el Oriente, golpeada ya por las piedras que la roca bruja le tira para ahuyentarla.

¡Qué hace entonces?

Lo que los acosados por lo imposible en cualquier parte del mundo: rumbo á la Argentina!

Allí será acatada como documento parlante de lo que adujo en Córtes el perito Moreno. Sus alabastrinos senos de virgencita, opresos contra aquel balcón olímpico, tiemblan de vehemencia, ante la contemplación de las pampas apacibles donde reverbera fecundidad y prepotencia el sol de mayo.