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A trechos se descubre alguna piedra humeante incendiada interiormente: algo á imagen de cierto corazón gentil que yo conozco, que, devorado en el fondo por supremos amores, humea en silencio sus idilios serenos, y sin vistosas flamas ni borbollones de soberbia, destila de tarde en tarde gotas de metal noble y joyante.

Valga la subida temperatura de estos párrafos, para que se presuma con qué ardor insaciable son desmenuzados los azahares de la Cascadita que da sujeto á este capítulo.

Y es de ver el instante de ese encuentro.

Ella, al verse abrazada y abrasada por el fuego, destrenza sus bucles en mil hilos brillantes, expande sus alburas sobre los cojines de gramíneas verdegay, y en cada pe cho vertiginoso que la ansía, se abandona hasta saciarlo.

La fecundación es instantánea: es entonces cuando aparece en cada uno de esos respiraderos de la vida eterna una fuente de salud. Cada borbollón termal es una fiesta: la fuerza danza con jovial zapateo: sonríe al firmamento con mil pupilas que, después de