pados para mejor oir esa armonía, la vista desgarra el muaré gris del horizonte, hasta resbalar acariciante por los senos blancos y erectos de la cúspide andina.
Es en torno á esos surtidores donde los bañistas cavan las piscinas para sus baños, siempre que cuenten con la cooperación de la Cascadita, única encargada de mitigar la temperatura irresistible de esos vapores.
Sin ella, la química de esa hoya no seríapara la Argentina la panacea que hoy es.
Ningún bañista osa sumergirse en las termas, sin que al alcance de su mano tenga el agua de la cascada.
Cuando el alma humeante de la piedra en combustión amaga ahogarlo, ó el volcán deja escapar un resoplido de fuego, alarga la mano en demanda de auxilio al agua fría.
Esta acude ágil á ceñir en sus brazos de frescura al bañista, por más que tenga de sufrir en sus carnes las quemaduras volcánicas.
Hace la impresión de una aristocrática enfermera de la Cruz Roja, cuyo talle flexible ondulase blanco y leve entre las rojas agonías de un campamento.