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Ahí principia el fenómeno de desdoblamiento de su persona.

El recluta catamarqueño y el soldado obscuro que llegó al Neuquén, pasaron al olvido. El sargento Juárez no se digna mencionarlos. Con cierta dolorosa emulación habla de sus camaradas y amigos; el cabo Alarcón, el sargento Carranza y el teniente Añеlo, cuyas tumbas son hoy sitios geográficos en el mapa argentino.

Pero no se queja. Su popularidad entre los indios y demás población del territorio sostiene sus avaricias de grandeza.

Mas, también el sargento Juárez fué terrible. Culpa es de la Virgen del Valle si él no llegó á la gloria de esas gentes.

Concluída la guerra de conquista, él no quiso resignarse á regresar con su regimiento á Buenos Aires. Allí volvería á ser uno de tantos, un anónimo, algo muy extraño á sus destinos de individualidad firme y severa.

Cuando las tropas se retiraron, él quedó solo en el desierto, sin más patrimonio que el abrazo del jefe, su carabina, su sable y su caballo.