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Por allí galopaba á la ventura, sin súbditos ni rumbo, hasta que acampó en la cumbre de una sierra que él mismo denominó «Sargento Juárez», nombre con que hoy se designa en todo el territorio de Neuquén á esa región.

En los veinte años transcurridos desde entonces, casi forman leyenda las hazañas con que logró resistir las embestidas de los bandoleros chilenos y los malones de los indios.

Con orgullo de sargento de línea defendió palmo á palmo sus dominios: hizo rancho á modo de fortín; reunió rebaño por antojadizo impuesto de conquista; y así melló su sable contra el cráneo de sus asaltantes, como abrillantó el rústico arado roturando tierra virgen.

Todo eso con severidad de centinela único de esa parte de los Andes, sin más Dios ni más ley que su indomable individualismo y su delirante gloria de sargento.

El hecho es que se impuso en toda esa cordillera de Ranquilón, sede antes de caciques, arraigando su prestigio de buitre solitario en muchas leguas á la redonda.

Cuando los pobladores argentinos princi-