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piaron á llegar á esas regiones, á la sierra del Sargento Juárez había que aproximarse de hito en hito, con cierta respetuosa superstición de peregrinos medioevales.

Por entonces ya él era hombre de cosechas, rebaños y tropillas.

En él se había operado la transición sociológica del sable á la herramienta y del holgazán al labrantin.

Sus capataces eran soldados rezagados de los regimientos argentinos, y en su servidumbre actuaban como mansos pastores, aristocráticos capitanejos vencidos ó legendarios prófugos de Chile, domesticados con su vieja carabina.

En las cercanías de su rancho, se ven aun cruces dispersas, puestas por él mismo en cada uno de los sitios donde sus granos de plomo hundieron en la eternidad cada adversario.

Seguro ya de su absoluto predominio, el sargento Juárez inició su segundo y más simpático período de pioneer: el de la hospitalidad.