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que ha llegado á ser proverbial en el Neuquén: Ahi va el cabrito del sargento Juárez.

En la noche, cuando ya no se oyen sino los gritos lejanos de los zorros, la barba blanca del sargento Juárez suele hacer apariciones fantásticas alrededor de los fogones, rociando con la ginebra de los viajeros el pacto de su amistad hospitalaria.

Cuando nos tocó oirle sus relatos, quedamos asombrados de su candidez infantil.

Se cree dueño de cuantas leguas abarca su mirada.

Apenas principia á sospechar que algo raro sucede por acá en la oficina de Tierras y Colonias. Se queja de ciertas irregularidades del gobierno. Ya principian á molestarlo los intrusos en esas sus tierras que le dejaPon los indios.

Con ingenuidad verdaderamente cómica, habla de un tal Bernardo de Irigoyen, que dicen ser dueño de la pampa de Ñorquín.

Y eso lo refiere como una enormidad; y se rie... desenredando con sus uñas de acero las luengas madejas de su barba blanca.

Al despedirnos de ese curioso visionario,