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das y sin fluidos musicales suficientes para enseñarnos la canción suprema.

La sombra nos herrumbra los nervios.

La nauseabunda luz artificial engendra en nuestro cerebro vegetaciones enfermizas y colonias de larvas ponzoñosas.

Los buhos ominosos del hastío se aposentan en el cráneo.

Los claveles acancerados del sensualismo triunfan allí sobre los lirios del ideal. La cúpula del pensamiento se puebla de vampiros traicioneros; y de lo que debía ser el nido de la alondra, se escapan en vuelo taciturno las mariposas negras del terror.

Bañarse el espíritu en luz de las ciudades, es como bañarse el cuerpo en estanques de agua sucia.

A fuerza de vivir en la penumbra, los ojos llegan á ser tan insensibles como esos de cristal que nos sonríen con estupidez de piedra en el muestrario de los oculistas.

Así se explica uno el que se tope de repente con personas muy ilustres, cuya sensibidad es un verdadero calabozo. Si uno se les asoma por las pupilas, tiene que retroceder