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da tan flexible y desenvuelto en el bullicio de las grandes capitales. Los atribuí á la depresión que produce el calor tórrido del febrero bonaerense, y por eso lo conduje á la confitería.

Cuando me anunció su descubrimiento, creí que se tratase de alguna mina en el Neuquén, ó de algún otro tesoro nuevo de esa laya.

Acodándome á mi vez sobre el mármol de la mesita, me dispuse en ademán de oir algo íntimo; y él continuó: —Todo el mundo se equivoca. Yo creo haber descubierto el secreto de la felicidad humana.

—La célebre camisa?...—le dije sonriendo, en tanto que yo evocaba con alarma el recuerdo del Dr. Cabred y su open—door; pero mi confidente exclamó: —No señor. Es algo serio y real. El hombre nunca llegará á ser feliz mientras no se descubran sus fronteras.

Hoy por hoy, está completamente inexplorado. No se le conoce sino una pequeña parte de su extensión. Ignoro por qué la tierra no se traga á los pintores por zonzos,