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Mi sangre amenazaba reventar las arterias, con hervores de explosión.

El cráneo pesaba sobre los sesos como un casco de hierro al rojo intenso.

Los cristales de las pupilas se refugiaban en los rinconcitos de verdura para no quebrarse en trizas.

Los pulmones distendían sus fibras hasta cerrar la garganta, contra las tufonadas de aire cálido.

El ruido de las herraduras en las piedras parecía desmoronar los huesos calcinados.

Los nervios sospechaban lo que debe sufrir un alambre que se ablanda y retuerce al fuego lento.

Cada gota de transpiración igota de vida!

salía por cada poro con un dolor de llanto.

La imaginación cruel! transportaba la sensibilidad de hoyos de lava para hundirla en cristalinos estanques de dulzura.

Todo era hostil á la mirada: desde las espinas punzantes de los algarrobos, hasta la trinchera de cristales rotos que espejeaban en las lomas del confin sin esperanzas.

El humo del cigarrillo penetraba en los