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entonces si que manda á cualquiera de sus jinetes para echar á pique á los intrusos.

Esa audacia no merece perdón.

No ha logrado toda la ciencia de los sabios averiguar por qué vuelan los pájaros, ni conseguirá el más atrevido de los hombres imitar á la más imbécil mosca, y ya se disparan á los cielos amenazando ornarse la solapa con las plateadas margaritas de la noche.

Háganse suficientemente ágiles y sencillos para tener derecho sobre la ley de gravedad, y entonces se les permitirá intervenir en las leyes de allá arriba. Son seres muy curiosos: se afanan por pesar lo más posible, honran y exaltan á la personas de «volumen», y sin embargo aspiran á la conquista de los aires.

Si tales como son hoy la obtuvieran, no sería extraño que instalasen aduanas interplanetarias, ó que los porqueros de Chicago fuesen á acaparar constelaciones para poner allí salchicherías.

Primero que conozcan la atmósfera en que viven y después que pugnen por escalar otras mejores.

Y están muy lejos de ello.