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esmerilada, que poco a poco descendían á cernir su polvillo de oro en los arbustos.

Las faldas vaporosas de las primeras brisas pasaban exhalando el aroma de hierbabuena macerada y de secretas humedades.



Cuando se ha viajado todo un día bajo el aire reseco de esas pampas, el organismo principia á darse cuenta de que su 80 por ciento de agua que lo forma, es el más dilicioso elemento de la vida.

Sentir sed devoradora, no solamente en la garganta, sino en la carne, en los huesos, en la piel, en los ojos y en cada átomo del cuerpo, es una sensación sin la cual nadie tiene derecho de decir que haya vivido vida intensa.

No creo en ningún refinamiento superior á ese.

Ignoro por qué los químicos, que todo lo definen con el olfato y el gusto, todavía no han podido averiguar que la vida humana tiene un pronunciado sabor á agua y que la