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mones, ó una pildorita de bacilus Kock en la garganta.

No necesita expensas excesivas para enganchar en su servicio á las legiones de la muerte.

En un ágil paseo matinal por las calles bonaerenses, recoge en las ventanas de los hospitales y en los respiraderos de las alcobas, emanación humana suficiente para empozoňar á medio mundo.

El polen maldito de los besos acancerados en el labio rojo: el temblor incisivo de una música pulsada por viborillas de tedio: el aroma sexual de cloróticas azucenas comprimidas en mármol señorial: el gas acre y sofocante de los amores torturados por la sociedad en jaulas de oro: el vapor mefítico de corazones abandonados en la vida al fuego lento de la envidia: el humo de nervios recalentados en los hornillos del insomnio: el rugido del rencor, el bramido del egoismo, el silbido de la sangre en fiebre, el estertor de la desesperanza y el arrullo triste de la vida opresa: todo eso brinda al aire de las ciudades sus contaminaciones ocultas, para ul-