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el codo á las totoras, para que éstas se hagan las que rezan y no quede pájaro indiscreto en las orillas.

En las praderas produce convulsiones histéricas.

Las sopla, las agita, las despeina, les levanta la falda, las doblega, les roba lo mejor de sus perfumes y huye dejándolas poseídas de vértigos de altura, bamboleando, pugnando por desenterrarse, zureando y cantando sus vidalitas de raso.

En las tardes doradas, como si el porvenir lejano de esas tierras le abriese sus paisajes de opulencia, se da á improvisar arquitecturas con las arenas que levanta en nubes hasta borrar el horizonte.

Todo lo puebla de torres de oro hirviente, de castillos grises, de cúpulas azules, de fachadas trėmulas que brillan un instante bajo la resolana, para disiparse en humaredas cobrizas, vagueando breves momentos antes de irse á dormir.

Pero donde ese aire realiza sus prodigios de mago, es en su confluencia con la sangre.

Con sutilezas de orfebre incrusta puntos de luz en las pupilas del insecto, le instila el