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esmeril fililí de los zumbidos, y en la más diafana de las brisas de escarcha le elige el muaré vibrante de las alas.

Sus dedos invisibles, así reparten timbres de cristal entre los pájaros, como escardan y escarmenan los vellones del rebaño ó pintan puestas de sol en los plumajes.

Para el hombre reserva sus mejores esencias.

El que por primera vez siente penetrar ese aire en las arterias, experimenta una especie de deslumbramiento cerebral.

Con su aldabeo felposo y su pulsátil flabelación en los oídos, parece despertar de su largo sueño á las sonrisas de la infancia.

En la boca se insinúa dulce y acariciante, produciendo en los labios cosquilleos de piel de fresas.

Su llegada al pecho finge alaciones de maripositas eléctricas, en brillante fuga por las obscuras redes de los tegidos nerviosos.

Su masaje fruitivo dilata en los músculos mil acerados resortes de energía.

Los pulmones tienen distensiones de despertamientos entusiastas, como si cada uno