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sangre dardos vivos y cálidos: pinceladas rojas como el labio mordido en un exceso, al lado de encajes destrozados y de madejas de oro en ondulación de cabelleras rubias, todo desvaneciéndose en palideces de mejilla joven, hasta diluirse en el perfil lilial del hielo, rico en curvas de senos y gargantas.

Al reflejo oblicuo del ocaso, el hielo romboidal de los volcanes, se convierte en gigantescas pantallas de cristal, donde la combustión del oro interno imita en la gradación de sus matices todas las agonías y desmayos de la tarde. Los enormes bloques blancos se enrojecen un instante, para licuar después sus vermellones en tonalidades de fresa azucarada. La nieve tierna llega á veces á reproducir el rosado desvanecido de la carne núbil, velado por el traslúcido lino de una blusa; y al fin toda la montaña se uniforma en un tinte provocativo de miel nítida y clara.

La neblina tejida en la superficie de los lagos, baja de cumbre en cumbre con abandono de sonámbula, porfiando por cuajar otra vez entre las sierras las nubes del oro