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su cauce natural, se la asesina; muere guillotinada; se le corta la circulación de su armonía, como á los mártires, como á los justos, como á las rosas... Por eso se corrompe, se entristece y envenena.



Aquella tarde de angustia, se me apareció la vida de repente. Antes que yo, la reconocieron los caballos. Mi retinto sacudió su marasmo con un estremecimiento de alegría; irguió el cuello y saludó la brisa con un relincho de victoria.

Yo me incorporé sobre los estribos para mirar el horizonte: los ojos principiaron á beber agua en el cielo. Las nubes metálicas y duras se habían conglomerado en costas frías, franjeadas por borbollones de espuma que se diluían en la transparente suavidad azul de lagos dulces.

De un gran nubarrón jaspeado se precipitaba una cascada, sobre un remanso de nenúfares en adormecida floración.

Entre suaves barrancas de oro frío, los