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sable clavado á modo de asador sobre la hoguera, refería á sus subalternos la vida de los baguales, con el mismo cariño del veterano que recuenta las hazañas de sus viejos camaradas.

Sorprende eso de recibir una lección de sociología en tales parajes.

Mueve á pensar en las rebeliones de los hombres ese núcleo de caballos insurgentes.

Su abolengo es de próceres.

Sus antepasados fueron todos guerreros: unos, los que llevaron el ejército argentino á conquistar la Patagonia, y otros, los que defendieron el terruño, formando con los caciques y la lanza en ristre un solo cuerpo: el del centauro andino.

Todos fraternizaron en un solo sentimiento de protesta: el odio á la guerra y el horror al hombre.

En esos desiertos, donde los dueños de la vida se nivelan y entienden, el caballo debió formarse una idea completa de la ferocidad

desierto.—3