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de permitir que esa víbora se enrosque en las armoniosas curvas de la fuerza!

Vivir mirando el cielo por la reja de una jaula, dejarse castigar por señoritos de librea, recibir en trueque de su abyección fardos de alfalfa, enorgullecerse con los oropeles del jaez, iqué ignominia!

¡Qué enorme distancia entre esos ganapanes y la muy noble y alada raza de Pegaso!

Por eso los grandes descepcionados de una civilización falaz y depresiva, retornan á la cruda independencia libertaria.

Del hombre, los baguales no llevan al desierto sino el recuerdo de su trato brutal.

Ahí están sus cueros lacerados por los símbolos torturantes de la propiedad humana. Las marcas! ¡las marcas! El modo más amable que sus amos tuvieron para ligarlos á su nombre, las medallas crueles con que la humanidad premia á los suyos, jeroglíficos de leyes infamantes, tatuaje que les recordará por siempre su permanencia entre los bárbaros...

Como los de otros mártires, ahí están sus pies agujereados. Ya que los hombres no obtuvieron el olímpico privilegio de usar