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porque ellos han sido los primeros—quizá los únicos—geógrafos del territorio.

Conocen ó adivinan los esguazos de los ríos, aspiran el olor del manantial á veinte leguas de distancia, saben cómo debe escalarse un ventisquero, y ellos abrieron personalmente todas las huellas que hoy son allí los únicos caminos nacionales.

Viven con plenitud.

Aun los más ancianos se conservan triscadores y joviales, en ágil jarana con sus nietos bravíos.

En tropas organizadas con su inmemorial estatuto de beduinos, vagan de sierra en sierra, merodeando campos vírgenes.

Basta una señal del jefe para disparar sus corvejones y salvar cincuenta leguas con el plausible fin de tomarse un sorbo de agua, ó para divertirse de lo lindo en la persecución de algún guanaco zonzo.

Saciados de coirón en algún valle, una pequeña invitación les incita al escape tras el postre de fresas en otro prado remoto.

En las noches claras del verano, cuando en la arena asoleada de la pampa les hormiguca el insomnio, les parece muy lógico es-