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la cordillera chilena, le hizo levantar la vista hacia esa parte del mundo.

Despeñadas una á una desde la cúspide andina, las víboras de fuego iban á apagar sus lenguas de oro en las aguas del Neuquén, mientras, á muchos kilómetros de altura, el azote de sus colas eléctricas hacía chispear diamantes en la nieve bruñida.

Como el puñal del rayo sobre los senos blancos de las sierras le inspirara cierto temor de asesinato, cerró cautelosamente los postigos y se acodó otra vez sobre la mesa.

—Ahora estoy completamente solo—se dijo; y con la vista distraída en seguir los dibujos del mantel, se puso á remedar con los dedos en la mesa el redoble de los truenos lejanos.

Pero nó impunemente se abre la ventana á la tormenta, ni para estar solo basta encerrarse bajo llave en el desierto.

Prueba de que el viajero no quedó completamente solo, es que esa noche presenció en el cuarto una tragedia. Tuvo que ver