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tipo de esos lechuguinos que, bajo los focos eléctricos de la Avenida de Mayo, atropellan tras algunos labios rojos firmados por Moussion. No duró mucho su intento, porque desde la encrucijada obscura de una viga salió rezongando un moscardón matrero, y tomándolo por la punta del ala, le dió una degollada irremisible.

Aventuróse luego hasta la lámpara, ascendiendo en graciosas elipses, una especie de caballero Lohengrin, ténue y dorado, cuyos remos de cristal fino y vibrátil, dejaban en cada desgarradura de la atmósfera un sutil gemido de violín.

Al llegar al aire arremolinado de la llama, el cadáver del Icaro diminuto se desplomó sobre la mesa, como prueba de lo que alcanza el pedantismo.

Impulsada por un ritmo secreto, destacóse volando desde un rincón sombrío una bailarina aventurera. Sus pétalos de magnolia electrizada dibujaban ilusión. Al acercarse al radio luminoso, precipitó su vuelo y agitó convulsivamente la muselina de su falda. Al cabo de tres valses frenéticos y lo

desierto.—4