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cuello del animal, á la manera de los indios pampeanos.

¡Oh, celeste pirata brasileño! ¡Nunca oses aventurarte por aci, ni aun en tu Santos Dumont Núm. 1000, si á tan alta cifra tu perfección alcanza!

Aquello es un vértigo de sonoridades inauditas.

La atmósfera vibra, desgarrada sin piedad por todas las escalas del sonido.

El viento abre de improviso todas las guaridas de sus fieras y las mansiones de sus hadas.

Yo he sentido salir de sus sótanos las baterías de la borrasca, arrastradas por potros devorados por fiebre de locomoción abrasadora.

Parecía que desde las cumbres almenadas se hubiese descarrilado un tren eléctrico, y descendiese á la llanura por una superficie flexible de láminas de bronce resonante.

Otras veces uno levanta al cielo la mirada, por ver si distingue al bergantín descomunal que bogase sin gobierno hacia el abismo, asotando el velámen con crujidora verberación de inmensallamarada flagelante.