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misterio las rosas negras de la noche, las rosas rojas de la tempestad, las rosas de oro vesperal, las rosas rosa del favonio, las cinéreas rosas de la melancolía, y las rosas blancas de la aurora.

Y por allí deben correr silenciosas las fuentes de las causas, filtrando ponzoñas de devastación en los nectarios, beleños en los cálices, esencias de fecundidad en las corolas, y pentagramas de maravillosa sonoridad en cada pétalo.

El timbre metálico de los guijarros, bajo el martilleo rítmico de las herraduras, me indicó que ya principiaba el descenso á la región del oro, al otro lado de la cordillera.

De oro era ya esa nubecilla de incienso episcopal, que levantaban al sol de la tarde los cascos de mi caballo.

Una mano en las riendas, y apoyado con la otra sobre el anca, me incorporé en los estribos, para comparar el horizonte que dejaba, con el nuevo que descubría.